Qué bien se moldean las palabras en lagunas de lágrimas cálidas. Son tan dóciles, tan frágiles y desvalidas que me dan ganas de apretar los dedos, los labios, los dientes, los ojos, hasta destrozarlas todas. Y silencio. El silencio más vacío posible, para extender la angustia, para hacerla parte del infinito, del callado infinito, para pintar sus paredes de un púrpura mortecino y apagado. Infinitamente triste.
Que por las palabras vivo, que por las palabras me pierdo y luego no sé dónde buscarme.
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