miércoles, 29 de enero de 2014

Cansancio.

Cansancio, es eso lo que anhelo cuando las inquietudes más que habituales me retuercen tan desde dentro. Cansancio, esa gran arma del conformismo para esclavizar. Cansancio, que yo te necesito cuando la noche se cierne y me estrecha la garganta entre las sombras de la habitación. Cansancio, que me robas todo lo que me ilusiona y me empuja a la vida. 
Cansancio y tristeza. Cansancio e imposibilidad. Cansancio y mediocridad. Cansancio como peor forma de la sociedad civilizada de mantener la cordial y maravillosa ceguera (que a veces, cansada de mí misma, cansada de no estar cansada de estrellarme cada día contra la realidad sin la piedad de los callados tanto clamo en silencio). 
Cansancio, desde ti escribo, que al borde del 'ya no puedo más' muchas palabras suenan más dulces, más dramáticas o preciosas, al arrastrarse sin sentido por los horizontes de mi mente ya bañada en hastío.
Y así llego a la cama casi siempre, a la búsqueda del cansancio que haga que mis sentidos se adormezcan hasta la tontura, a la búsqueda de que desaparezcas, cansancio, que me oprimes cuando me robas mis horas a solas. Y así hoy, que ni una ni otra, me dejo más bien halar por la indiferencia, tan peligrosa como el olvido o la monotonía de los instantes que, enmohecidos, se acumulan sobre la mesita de noche, bajo la tenue luz de los sueños que se crean y se destruyen, demasiado cerca de mis ganas de todo y nada.

viernes, 17 de enero de 2014

Juliet.

Lo estúpidamente inquietante que resulta que cuando más bella me veo (bella de aura, de elegancia y delicadeza) es cuando, enrojecidos los ojos de llorar por nada y por todo, aparece el color en mi rostro, en la mitad que no permanece escondida bajo el pelo enredado por cualquier excusa, alborotado, como mis ganas de no ser, de no estar. Invisibilidad, eso anhelo  cuando casualmente más guapa me veo. Estallar en el vacío, en un silencio atronador que me deje ser sin estar, callada, mientras me deleito en la agonía de los segundos que van pasando entre el espejo y mi confuso reflejo.

miércoles, 15 de enero de 2014

Give me peace.

El amargo olor de enero. Los recuerdos, el estudio, la melancolía de cada mañana de madrugada. La sonrisa ya cansada con la puesta de sol. Todo se desvanece y se vuelve opaco. Los paseos al frío con las palabras vanas y relevantes, que en definitiva nada importan. Que fui, soy y seré ese lánguido diálogo continuo con una silla vacía, soy esa pose ante la soledad, esas ganas de sonreír cuando nadie mira. A veces también soy viento, y soy quietud cuando me recorren de arriba abajo las sensaciones que parecen preceder al fin del mundo.
Enero. Enero. Enero. Ese matiz oculto a la mirada de los turistas y visible a los viajeros. 
El café de la mañana con poco azúcar y mucho caos a las 5. El delirio y la insatisfacción a tiempo completo, la delicia a tiempo parcial, siempre en compañía.
Dime cuánto cambian las cosas. Dime que ahora somos mucho mejores, que los errores se desvanecen para nunca volver, para hacernos más humanos.