jueves, 27 de febrero de 2014

Jueves poético.

Mis piernas, heladas, anochecen largas sobre la cama vacía. Esas piernas en que a veces se confunde y se diluye un poco mi maldad perversa. Ya no sueño con no ser humana, ya renuncié a la limpieza del alma. Sólo intento reducir mi anhelo de embarrarme de los pies a la cabeza, pero he asumido la suciedad. La soledad. Mis rincones favoritos, mis habitaciones personales. Esta noche parezco mayor; será el cansancio, serán las horas deslizándose -las arenas movedizas del tiempo-, será el rojo atemporal de mis labios, de mi sordera a la esperanza. Piernas encabritadas a la deriva para ir a estrellarme con otra noche de respirar despacio, de frenar el tiempo en la melancolía, de abrir las puertas del delirio silencioso, de transformar la cama vacía en cualquier rincón bello del mundo. Quieta. El universo queda recluido en apenas el leve destello que brota y muere al fondo de mis ojos. 

domingo, 23 de febrero de 2014

Pasearme sobre los muros

Despegada, anclada en el tiempo, veo cómo se reducen a dos mis opciones: volverme neurótica o impasible. Siempre nos queda ser salvajemente, ser sin moralidad ni estupor, sólo con el brillo de los ojos profundos, de las ganas utópicas. Ser sin esperar. Con los ojos secos, las manos vacías y la sonrisa triste. Ser mirando a la nada. Ser sin palabras. 
Me quedo en calma, pues una vez que se asume que el hombre no es más que la expresión más o menos reprimida de un cúmulo de oscuridad salvaje todo es paz. Todo es seguir caminando, seguir respirando.
El mundo, los hechos se deslizan, y parecen no tocarme. No los siento, ni los ajenos ni los propios. Estoy estancada en un mundo de brisa e infierno. De todo lo que soy y lo que no soy me construyo. Me destruyo para poder seguir construyendo, me deslizo, me sueño y me olvido. Me olvido...
Me despego, me pierdo. Sigo siendo, y maldita amígdala. Malditas ansias perennes de autodestrucción. De volver al pasado o cubrirlo con mil velos, de ir al futuro y arrancarle su maktub; de dejarme a solas con la indeterminación de un preciosísimo presente incierto y sucio, puro caos. No quiero ser. Déjame ir con el huracán al menos un rato. Bello y completamente árido presente, vacío, eso es lo que quiero. Sin ser, sin estar, sin sentir. Pasearme sobre los muros, mirar las estrellas, que nada exista esta noche. Sólo el frío obnubilándolo todo, y una pequeña parte de mí, la que sólo se encarga de respirar. Enajenación. Tan necesaria como idealista a estas horas.
Neurótica o impasible, esa es la cuestión. 

jueves, 6 de febrero de 2014

Atemporales.

Ese extraño poder de las palabras, virtud a la par que problema; su atemporalidad. Da igual cuántos segundos se vayan depositando sobre ellas, cuántos años, quizás horas, pulan sobre su superficie los estragos de las dimensiones. No importa cuánto se aje el papel, ni si arde o se humedece. Las palabras, una tras otra, conservan su golpe mortal, su toque divino, con una fuerza constante, con un dolor perenne e innato. 
Conservan esa fuerza incluso cuando representan realidades imposibles, ya que todo lo que imagina el humano ha sido previamente procesado por el cerebro, es decir, todas las emociones contenidas en las líneas existen, aunque el contexto sea improbable. El contexto no importa. 
No concibo el paso del tiempo y su halo de indiferencia helada sobre  las palabras. Se me hace imposible  no concebir la existencia en círculos, tropezando una y otra vez con las mismas palabras, llorando, riendo o dejando el alma troceada en cada una de ellas. Melancolía infinita, viniendo a resumir. 
Quizás por eso se dice que el amor dura toda una vida. Leeré que amé y volveré a amar; tal vez nunca se abandonan los sentimientos. 
Las palabras, desde mi concepción de la realidad, son lo único que no se va hundiendo bajo el peso del tiempo y la lejanía. Todo lo demás se disgrega. Y por todo lo demás entiéndase nosotros mismos, somos los que nos vamos alejando del yo, nos vamos deformando, siendo mejores o peores de manera discutible, nos vamos discurriendo río abajo, anclándonos en una melancolía eterna. Somos nosotros los que debemos temer y amar al tiempo, y hacer al menos el intento de curtirnos en la dirección deseada.
Pueden pasar mil años, que volveré a llorar con las mismas líneas. Acaso en toda la eternidad no sea capaz de  dejar de hacerlo. 

martes, 4 de febrero de 2014

Días para todo. Ayer tocó esto.

Y plof. Tras tanta duda llega la certeza. ¿Qué motivos hay para que dudes de ti? Eres quien eres. Sabes todo lo que has hecho, todo lo oscura y retorcida que puedes llegar a ser. Pero también has llegado a ser muy grande, y puedes serlo mucho más. Y de una noche hundida en la miseria puedes obtener algo más que palabras tristes y melancolía infinita; pararte, escribir todo lo que te disgusta apretando muy mucho el boli, y asumir qué es todo lo que deseas. Y sabes que deseas muchísimas cosas, y entre ellas no está incluida la mediocridad. Y casi te falta gritar para soltar todo esto que llevas dentro. Pero, Irene, para ti la ambición nunca ha sido algo malo. La 'necesidad de logro'. Más. El más que está intrínsecamente ligado al instinto humano. El ego. Siempre has escrito sobre el ego, ensayos casi infinitos sobre su parte buena sin olvidar la mala, y ahora lo desprecias. Quizás se puede avanzar desde la humildad, pero nunca desde la mediocridad. Creo que no es el momento de volverse sumisa, ¿sabes? Motivación, emoción, conciencia. Tienes todo y nada para triunfar. 'Por mis cojones', que se suele decir, por orgullo.
¿Dónde coño está esa furia casi incontrolable, soberbia y confusa? Porque yo sólo veo una llorica que se autocompadece. ¿Y de qué sirve? 
Asume, asúmelo todo. Eres dominante, autodestructiva, astuta, torpe para casi todo hasta la médula, callada, obsesa de los errores y el fracaso, y muy muy crítica. Eres todo lo que eres y todo lo que eres. Eres todo lo que has hecho... eres todo lo que ya pasó, lo que queda. Tu cosmovisión es muy especial. Y es lo que hay. Luz y oscuridad. Y tendrás que lidiar con ello, ya lo sabes. Pero también tienes que crecer. 'Ser la mejor versión de ti mismo'.
Vale más una sonrisa que todo razonamiento posible. Así que avanza, estréllate con todos los muros que puedas, que nunca te falten las ganas ni te sientas tonta, trabaja para ti. Sólo para ti. Que la primera persona que se enorgullezca de ti seas tú, Irene. 
¿Notas eso en las muñecas? Es el vértigo, el vértigo de la vida, de las decisiones, de que debes respirar y seguir andando. Sólo hay un camino, sólo hay una opción para ti. Y ya sabes cuál es, ¿no? No hay pérdida. Confía.