lunes, 8 de febrero de 2016

4 am

Hay un lugar, entre la sobriedad y la embriaguez, en que me gusta encontrarte o evocarte en las noches vacías. Hay un limbo en que yo no soy yo, y tú eres menos (menos consciente de mis pensamientos). Ahí asumir que sigues, que caminas, que palpitas, aunque no des señales de vida. Me gusta sentarme en ese lugar y mirar al vacío, sentir el vértigo de apartarte del todo, mi querido torbellino, o  de lanzarme sin reparos. Y nada parece concluyente o mínimamente humano.