miércoles, 16 de marzo de 2016

Café

Café recién hecho es olor a tierra mojada, a paraíso lejano.

Soledad

Despegarse del miedo a la soledad. Cuánta libertad, cuanta indolencia. No sé cuánto habré crecido, ni sabría medir cuánta ansiedad y sufrimiento he necesitado para perder el pánico a estar sola. Literalmente sola. Sé que puedo yo sin más, 'te quiero pero te necesito', disfrutar de la soledad. De estar entre estas cuatro paredes con mi respiración pausada, mi melancolía sin sentido. Indolente, sintiendo hasta las uñas de los dedos de los pies, hasta las pestañas, las comisuras de mis labios que arden a ratos. Y sí, esta tristeza es toda mía, y este sueño también, y esta hambre, y estas ganas, este dolor de cabeza. Todo es mío y de nadie más, ni la culpa, ni la suerte, ni el esfuerzo. 
Despegarme de todo, que no lo necesito. Y que sea lo que tenga que ser, que ahí estoy yo para mí. 

Jaula

Tan jóvenes, tan estúpidamente condenados por nosotros mismos a la frustración. Nos sentimos obligados a aunar sentirnos bien con sentirnos atrapados, en una jaula abierta de par en par. Y lo asumimos como único destino posible, el mar de la desesperanza. El nudo en la garganta. Porque es lo que se espera de uno, porque nos encasillamos dentro de un espacio reducido en que al crecer se nos clavan los alambres. porque miramos al suelo para seguir caminando, siempre en línea recta. Cualquier ámbito nos sirve para ello. Es tan frustrante ver a las personas que queremos atrapadas en un círculo del que podrían salirse y hacer maravillas con su presente como verse a uno mismo desde fuera en la misma situación. Soportando el peso inexorablemente creciente de nuestro pretendido destino como una losa sobre la cabeza, sobre el pecho, apretando, sacando aire que después no puede volver a entrar. Es ver a la vez desde dentro y desde fuera la muerte del alma palpitante de forma pasiva; percatándonos de todo pero incapaces de virar el timón lejos del mar en calma. 
Y la pregunta es, ¿por qué? ¿Por qué no puedo?