martes, 3 de junio de 2014

Bah.

¿Por qué, realmente, hemos de creer en la existencia de las buenas personas? CREER. No hay modo humano de lograr meter en mi cabeza la necesidad de la bondad. ¿Es acaso una propuesta realista la de alcanzar la bondad y el altruismo? ¿Es sano para el alma ser un ente intachable? Perdonen pero discrepo. Es posible -y quizás necesario para comprender a qué me refiero- equiparar dicha consideración del ser como prototipo benevolente con la creencia en el arraigo de los dogmas para preservar la entereza, la creencia en el amor o la felicidad como metas objetivables y cuantificables. Lo siento, los dogmas que se los coman otros. Es desequilibrado e incoherente pedirle a un ser humano, cuya oscilación entre lo perjudicial y lo beneficioso es perenne, que se vierta completamente en el área positiva de la vida. ¿Quién cojones se atreve a definir lo que es bueno y malo en este mundo? Sin embargo todo el mundo asume su rol de ser en busca de la luz, sea creyente o no, de ser en busca de la rectitud y perfección de espíritu. Oh, por favor, paren. Son ustedes ridículos renunciando a todo lo oscuro, lo doloroso de esta vida. En esta mi subjetiva y limitada percepción de las cosas las buenas personas no son más que una platónica concepción de las cosas inalcanzables, una forma de ridiculizar el maravilloso y complejo espectro del alma, una concepción que no hace más que limitar las experiencias del hombre. No digo maldad, digo aceptación del alma en su totalidad. Me parecen estos esquemas tan atrevidos y consolidados hoy día en nuestra sociedad sobre cómo deben ser las personas una clara limitación, una forma más de dirigir al rebaño. 
Aunque, claro está, quizás todo esto que escribo es fruto de mi necesidad de autojustificación. Ser un ser introspectivo y oscuro -y ser consciente de ello- no es fácil.