lunes, 27 de octubre de 2014

Gone

'Dispara, me encanta. Dispara otra vez' gritan mis ojos. Y no puedo callarlos. Estoy desnuda; la sala llena de espejos. Temblar es la bendición de mi infinito reflejo, tan imperfecto y difuso... Tan amargo y afilado. Ni quiero ni puedo respirar. Recorro con los dedos las juntas, los recovecos del enlosado de la habitación -en suave, mortífera penumbra-, mientras me maravillo y maldigo todas y cada una de sus imperfecciones. De fondo hay una música totalmente desconocida -ajena- para mí, y no soy capaz de pararme a escucharla... ni quiero. Sólo pienso en la desgracia de ser terriblemente vulnerable, de tener los ojos grises y las ganas gastadas. Mi tensión se evapora. Me tumbo en el suelo, helado. '¿Qué más da?' No hay modo humano de atrapar la vida en ese vaho que vuela alejándose de mí para ir a estamparse contra todos los espejos, emborronándome, volviéndome más horrorosamente difusa. '¿Qué más da?' me repito como un himno. Y no hay modo. No sé si hay salida, Sólo disparos en mi pecho. Este cuerpo no es mío -nunca he sido más yo en este cuerpo que en este instante-. Tristeza seca, congelada en los pulmones. Congeladísima entre los labios. Sólo puedo pensar en el modo de callar a mis ojos pero... ¿cómo les digo que dejen de ser grises? ¿Cómo gritarle a mis pulmones que aleteen si esta habitación es el fondo del océano? 'No hay modo' Árida soledad, quédate a mi lado, no quiero más. No puedo más. 'Dispara otra vez'. Ni siquiera soy capaz de reconocerme en estas palabras -será que por fin la soledad ha dejado de ser broma y lo que ha pasado a ser broma es la vida en su esencia desolada-. ¿Para qué volver a reconocerme en la espiral ascendente de mi caos? 'Caos, expándete y deja de ser tú y de ser yo' le digo. Será que deja de ser broma lo de estar perdida. Quizás. Le pregunto a los espejos borrosos y espero. Me derrito -ardo- me fundo-... me pierdo en los horrorosos recovecos imperfectos -IMPERFECTOS- del enlosado, aunque aun así mis ojos no pueden dejar de ser grises.