jueves, 26 de febrero de 2015

Daughter.

Canciones que me llevan al olor de la tierra mojada, al paraíso vacío de los prados sin nombre, la brisa que despeina. Canciones que son languidez de lo que no ocurre. Canciones y días cálidos cuando las manos se agrietan. Melodías que son lo que fui o lo que jamás alcancé. Verde campo se agita, amapolas ondean con alacridad su viveza al viento que las adora. Los álamos, las zarzas, se contonean con extraña alegría gris. Y el cielo, tan ceniciento como en un sueño, rey de melancolía. Tumbada, por un instante, cara a cara con la nostalgia, que me agarra del cuello, que se cuela en forma de aroma de vida por cada poro de mi tembloroso cuerpo, ese que me une con la existencia. ¿Cómo voy a respirar así? Se me enreda el pelo en los sueños ya olvidados. Volver a nacer de lo agridulce, así persistimos día a día. Canciones que me llevan al limbo, que me abandonan en medio de la nada, donde el viento sopla y me trae recuerdos de lluvia, recuerdos que quizás fueron dolor, que quizás fueron esa sonrisa que yo era, sentada sobre el barro, en ese entretiempo que dura menos de lo que permanece un escalofrío. Y que yo soy aún, a veces.