miércoles, 29 de enero de 2014

Cansancio.

Cansancio, es eso lo que anhelo cuando las inquietudes más que habituales me retuercen tan desde dentro. Cansancio, esa gran arma del conformismo para esclavizar. Cansancio, que yo te necesito cuando la noche se cierne y me estrecha la garganta entre las sombras de la habitación. Cansancio, que me robas todo lo que me ilusiona y me empuja a la vida. 
Cansancio y tristeza. Cansancio e imposibilidad. Cansancio y mediocridad. Cansancio como peor forma de la sociedad civilizada de mantener la cordial y maravillosa ceguera (que a veces, cansada de mí misma, cansada de no estar cansada de estrellarme cada día contra la realidad sin la piedad de los callados tanto clamo en silencio). 
Cansancio, desde ti escribo, que al borde del 'ya no puedo más' muchas palabras suenan más dulces, más dramáticas o preciosas, al arrastrarse sin sentido por los horizontes de mi mente ya bañada en hastío.
Y así llego a la cama casi siempre, a la búsqueda del cansancio que haga que mis sentidos se adormezcan hasta la tontura, a la búsqueda de que desaparezcas, cansancio, que me oprimes cuando me robas mis horas a solas. Y así hoy, que ni una ni otra, me dejo más bien halar por la indiferencia, tan peligrosa como el olvido o la monotonía de los instantes que, enmohecidos, se acumulan sobre la mesita de noche, bajo la tenue luz de los sueños que se crean y se destruyen, demasiado cerca de mis ganas de todo y nada.

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