lunes, 24 de junio de 2013

Click.

Es extraña la sensación de que de un momento a otro vomitaré el estómago, de que acabe llorando el corazón esta noche, que los pulmones no parecen bien pegados a mi caja torácica. Complejo de gato, de gato que maúlla sobre el tejado, sobre un cubo de basura. Mirar a la luna y pedirle que se calle todo lo que me ha visto llorar, todos los gritos que he logrado tragarme. Nunca, nunca me había sido tan duro andar a la deriva, bajo la mirada triste de las estrellas, escondida en la oscuridad del fresco veraniego, procurando que mis errores no se rían de más de mí. Ni mi cama me soporta, me echa a patadas. O será la inquietud, las ganas de que acabe esta noche y comience otro día igual, con la promesa de un ojalá, con la vana certeza de la niebla entre los dedos, a sabiendas de que este dolor no acaba más que de empezar, y que, si alguien puede hacerlo crecer, elevarse hasta el máximo exponente, lo hará sin dudar. Es hora de pagar los intereses de las deudas, todas las noches que he dormido tranquila a lo largo del año. Bola, masa de dolor informe que se pasea por mi pecho. Y así se plantea la noche, y el día, esperando, repito, a vomitar el estómago de un momento a otro. El dolor es un ente extraño e inmortal si lleva tu olor. 

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