miércoles, 20 de agosto de 2014

Me niego, me despego... Que la agonía es perenne.

Que al final nos quedamos callados porque sólo sabemos de sexo elevado al mayor éxtasis y de amor que se sirve tibio por las mañanas, de pasiones tan inútiles como inevitables y de canciones par recordar en el zenit. El mundo pertenece a quien sabe hablar de caricias, a quien sabe besar  las comisuras de una sonrisa, quien encuentra las ganas de cualquiera y las mima hasta lograr algo bueno. Y ya no sabemos hablar de otra cosa, ni pensar bien, porque el embrollo de las locuras nos aplasta y nos doblega, y no sabemos ser otra cosa. 
Y nos quedamos callados de nuevo. Porque sólo sabemos de errores, del mundo en dimensiones desconocidas, las ganas eléctricas entre tus labios y mi lengua que se relame por las desgracias palpitantes. Las esquinas que nos hacen de cruce, de milagro y miseria imprevistos. Gánate mi miseria y seré para ti.Y no hay mayor desgracia que todas las preguntas que no te haré cuando la misión sea el cielo. Y así nos va. Difusos, perfectamente enajenados, locos, y, sobre todo... perdidos. Perdida, al menos.  No sé ni que escribo, no sé ni qué pienso, y al menos hoy puedo echarle la culpa a la cerveza. 

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