martes, 23 de septiembre de 2014

Martes de hielo (como Nicci French)

Muy dados a los vicios, a los vicios crueles y nocivos, a amar el humo semejante al vaho de los ríos que se desdibujan como el recuerdo de mi ser en tus ojos. Muy dados a la agonía de los pechos que palpitan -arrítmicos, desbocados-, dados a la locura. Aún no ha llegado octubre y ya se me han rajado los labios -justo a la mitad, en la ironía de las sonrisas tristes-. Me vuelvo difusa entre otras caricias, me voy perdiendo en el infinito de la melancolía callada -paralizada... de pánico y de éxtasis-, y vuelve el miedo a las cosas irreversibles, al tiempo siempre hacia delante aunque mi alma caiga hacia atrás -frente a frente, el pasado y el futuro, neutralizados en la indiferencia de escalofrío sin nombre-. Lunes amargo, pero martes de hielo. Es tan horroroso como consolador pensar en el cíclope que nadie comprendía pero que, silencioso, acariciaba con amor los rincones más sucios de la ciudad -volvemos a los vicios-. Odiamos a nuestras amígdalas, y miramos por la ventana -a este cielo gris, encapotado, que, desafiante, nos incita a mojarnos, a ser cenicientos hasta la agonía total, hasta que la arritmia se nos vuelva mortal a la altura del nudo en la garganta-. Nunca ser, nunca dejar de ser. Ni triste ni irónica. Y hoy déjame.... que este cielo moribundo es sólo mío -este sentimiento confuso e indescriptible sólo está anclado a mi coroides, a la punta de mis dedos, enardecidos de no sentir...-.
Que me desdibujo en tu memoria como se dispersan los ríos de vaho es lo que hay escrito en este cielo mortecino y precioso. Escalofríos. Qué tristeza más tonta, ¿no?

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