martes, 11 de marzo de 2014

Blues.

No sé, no sé de dónde apareces. Y aquí estás. Quiébrame en mil pedazos si te apetece, ya da igual. Psicótico, me envenenas. Me envenena el roce de tu existencia a través del viento que respiro cuando la ciudad calla y el frío se alza en la noche sin piedad -me agita, me desvela-. Me sangran los labios, ya ni sé por qué. Por mí, por ti, por mis impulsos caóticos, supongo. No hay modo humano. 'El silencio es un consuelo'. Melancolía, deja mis nervios en paz. No necesito más pasados que nunca existieron ni futuros utópicos. Necesito esta brisa helada, esta forma oscura y calmada de seguir viva. Esta árida perspectiva de la existencia. Róbame el optimismo y vete ya. Desaparece. No quiero altibajos; quiero engrasar mis engranajes -mis cadenas- poco a poco, uno a uno, sin prisa. Mis nervios no pueden permitirse hundirse una vez más. Soledad, no quiero temblar más. Hoy no. Desencabrita mis labios y hazme respirar. Bañarme en oxitocina y olvidar todos los rostros, el mío el que más. Enajenación, enajenación, enajenación, terrible idealismo para una mente atada a un bloque de cemento -que la mantiene unida al fondo del océano más magnífico y maldito-. Que esta noche me cobijo bajo el peso de tu mirada, si acaso no ardo -bien en el infierno-. 

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