miércoles, 29 de abril de 2015

Todo es insomnio.

Noche. Dentro de mí todos los defectos humanos laten, quieren salir, y yo, triste y un poco moribunda, algo insomne, deseo estar dormida, deseo ignorar todo eso que soy, todos esos ojalás (ojalá menos rencorosa, ojalá más despegada, ojalá menos sensible, ojalá...), toda esa autoestima que barre el suelo. Qué tremendista (ojalá menos tremendista). Y, de virtudes sólo queda el contraste del brillo de mis ojos, la soledad cegadora que actúa de luz y norte (helada, helada, tiemblo). Y al final todo sentimiento es rabia por ser tan débil. Nocturo, No. 13. Rabia. Y, ¿sabes?, tiemblo. Es este frío en los pies, supongo, y este calor en las mejillas, o este cansancio que me sube, este nudo que me baja. El resultado es bucle, es espiral, es trepar y caer entre cuatro paredes. Caer. Todo lo bajo que puedo, en la cama, en el insomnio profundo (del sueño fugado). Y es esta tristeza, este vacío. La estupidez de permanecer con los ojos (secos, ardientes) fijos en la penumbra, preguntándome si toda esta miseria es sólo mía o puedo compartirla. Dormir. 

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