miércoles, 21 de agosto de 2013

Post luna llena.

Me despierto todos los días dedicándome un minuto cara a cara con el espejo. Me escruto, me vigilo sentada en la cama. Voy estirazando los párpados, el ceño, normalmente, frente a mi reflejo cansado.
En silencio voy determinando detalles, voy olvidando los sueños o pesadillas nocturnos, me voy haciendo al calor de la habitación, a las sombras que deja la penumbra sobre los enredos de mi pelo.
Me vuelvo eterna por un momento, pensando que mis ojos, al igual que cualquier parte del alma, carece de sentido propio una vez es extirpada. Cualquier parte parece ridícula fuera del caos, del chaos perpetuo que nos agobia, pero que no comprendemos. Descartes aquí no nos sirve, pues el problema o virtud sólo puede ser real si se lo mira al completo. Cada detalle que se escapa a la totalidad está falta de movimiento, de latido propio. Que un beso por sí solo no significa nada, que una mirada al vacío sólo es indiferencia, o algo así. Me vuelvo eterna pensando en tonterías, hasta que llega la típica pregunta... ¿es realmente esto lo que quiero ver por las mañanas, es realmente lo que alguien que sea yo sin ser yo apreciaría? 
No hay momento del día en que me sienta más fuerte, o quizás más lejos de los dramas nocturnos, de los dolores en partes extrañas del alma, de la locura sin remedio de los lobos cuando aúllan. 
No hay momento del día en que me sienta más segura de lo enorme que es mi alma, ya que de tantos cachos carezco a estas alturas.
'Así son los ciclos de soledad.'

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