martes, 29 de enero de 2013

La llave.

No hay sonrisa que acalle los subterfugios, ni tormenta que amaine el drama de una puerta con llave. ¿Qué pretenderá esconder, presa de un delirio de ego humanístico? Que las lágrimas como gotas arañarán sus contornos de madera o de hierro, y quizás encuentren la paz colándose por sus grietas hasta lo más frío y oscuro de la habitación a ciegas, donde el baúl del tesoro permanece inocente, puro, inconsciente del poco o gran valor de su obtuso contenido, el cual adquirirá un color distinto dependiendo de la pasión de la  mano que lo pretenda. 
Salir huyendo de la sala con los folios sucios en que, en clave, un alma susurra o canta sus deleites como torturas, como quejidos al amanecer, de colores vivos y vanos. Sobre todo vanos.

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