miércoles, 7 de noviembre de 2012

Blablablah...

Que hay que entender, que cuando el viento pide las buenas noches enredándose, jugueteando por cada centímetro del Paraíso, no pide palabras. Con piel de gallina le basta. El roce de cada pelillo en pie de guerra le basta. Le basta pero no es que sea pedir poco... En este infierno de hielo que se alza desde la punta de la lengua al infinito, donde no existen las sonrisas que no sangran ni tampoco la música celestial de los astros alineándose -se quema, arde, se evapora, desaparece...-. En este infierno donde los muros callan el rumor del romper de las olas contra el abismo, el furioso batir del agua contra la inmensidad. 
Que el viento lo tiene difícil cuando trata de colarse por las nucas y producir un efímero universo que luche contra el inmortal infinito. Pero, incansable, sonríe al acariciar desde los dedos hasta las narices de todos los grises seres que se resisten. El viento es, a veces, inmortal también, y no le importaría perseguir durante toda la eternidad ese instante en que un chispazo prendiera la locura de todo el Universo. 
Que sí, que la lluvia golpea mientras se pasea a cielo abierto. Sin horizonte, sin ojeras. Sólo nubes -esponjosas, de mil sabores-, que se deslizan mientras se pierde el sentido, mientras los pies van perdiendo su blancura en el barro. Los dedos siempre helados y con ganas de más. No sé qué tendrá ese despiste de huracán que enciende el fuego que la razón acalla y explota como fuegos artificiales, asustando hasta al último milímetro de una sonrisa inquieta. 
Que ya no sé ni lo que digo...

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