miércoles, 17 de octubre de 2012

Siempre el clock. Y el tic.

Ojalá, tiempo, me llevaras un poco menos en espiral y no me perdieras más. Y más. Y siempre acabo en el maldito '¿Y ahora qué?'. Mierda. 
Que esta tranquila incongruencia huele a peligro. Que mis manos no pueden estarse quietas si la brisa me toca. No sé. Será que sonrío si no me dices nada y, sin querer, puedo imaginar cualquier cosa. Que me basto y me sobro si... Si bueno, si esta noche sopla un poco y me eriza la sonrisa. 
Me basto si me congelas las palabras en la punta de la lengua y luego te vas. Y me dejas callada.
Y sin palabras todo va bien. Lo malo es que exploten y pillen por medio ese infinito medio construido, y le den ese toque moribundo e imperfecto.
Gris. Por el frío que ya tendremos que remediar, por todo el que ya hemos pasado.
Que sin nombres seríamos un 'tú' y un 'yo' casi distinto. Casi parecido a lo que ocultamos sin querer.
¿Me encontrarás bajo las sábanas? Que mi cama es casi infinita si la comparamos con el sentido de esta sonrisa...
Abre la ventana. Congélame los dedos de los pies en esta oscuridad.
¿Que perdimos ya el sentido? Nada nuevo... Lo único nuevo es este sustituto al vendaval que de nada sirve.
El espectro que me encontró. Y que a veces se cuela en estas espirales que adornan la almohada. No sé, repito.
Siente que sí y que no. Palpa el ego. Ahí, arriba, muy arriba, se pasean nuestros anhelos. Lejos del fango, y bien empapados de él. Que es bueno para la piel, dicen.
Se nos llena la boca con los quizases.

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