Callar. Retrasar la desbandada furibunda de palabras sólo un minuto. Respirar despacio. Sonreír, por mucho que duela o que ardan los labios, y, acto seguido, percatarse del gris. El último paso es paladear con la punta de la lengua el sabor a tristeza y disfrutar...
De lo demás se encarga octubre.
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