domingo, 19 de agosto de 2012

Clock.

Rebuscar entre mis libretas y encontrar en el cajón lleno de folios el aire viciado de mis desvelos. Las lágrimas evaporadas que riegan la tinta de un sufrimiento insomne y casi lejano. Casi. Que mezclado con alcohol y la sangre de mis venas -bien sucia, de regreso al corazón-, y quizás algún que otro escalofrío, puede ser usado como exilir en noches raras. Como un embriagante placer que después queda grabado en mis labios y en estos papeles, que desordeno buscando respuestas. Encontrándome tras cada papel, tras cada trazo agitado -de la tinta y la conciencia- y tembloroso que conforma mi día a día, mi noche a noche.
Es extraño ver cómo creo a un ser distinto cada día, a una Irene -una Paz o una guerra, qué más da-, que gira en torno a unos mismos pensamientos ya olvidados junto a la almohada. 
Y, como un hito en mis tardes veraniegas, el viento no se ha presentado a visitarme, a enredarme en sus hojas caídas y su polvo, a colarse en mi pelo y desgastarme las horas. En Villa Isis se palpa el silencio, se respira, se saborea, y sólo encuentro agitación entre mis páginas, ya hajadas y moribundas, como quizás mañana estas mismas. Al rincón de la desesperanza y las medias sonrisas. A vagar hasta que sean borradas, olvidadas tal vez. Que sólo puedo tatuarme en el pecho las palabras que no he dicho, que quizás no existen en este mundo fuera del baúl de los folios sucios -que pretende desterrar a toda costa el pasado y el futuro-.

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